A ver quien reacciona primero.


A ver quien reacciona primero.

De como están las cosas solo queda preguntarse si Venezuela tiene salida por las buenas o por las malas, siendo lo primero un eventual desplome del régimen para ser sustituido con un equipo de demócratas a carta cabal para retomar la senda de la paz y la prosperidad, y entendiéndose por lo segundo que a este caos lo sustituya una «macoya» cívica, militar, o simbiosis de ambas, que gestionando el poder de forma firme y autoritaria, reviente tanta estupidez e ineptitud y obligue al país a enrumbarse adecuadamente, asunto éste algo fantasioso, porque sabemos los efectos que el poder absoluto produce en el ser humano, siendo Chávez el ejemplo más reciente de ello.

Decir públicamente que se desearía la primera opción es lo políticamente correcto, pero es un hecho que lo otro le cosquillea placenteramente a muchísima gente.

Infortunadamente, el asunto no tiene nada que ver con los buenos deseos de los demócratas, sino con lo que enseña la Historia, porque ésta, a los países que vienen de salir de su respectivo caos material y espiritual, en absoluto les otorgó márgenes de libertad para escoger su sistema político y la forma de gobernarse.

Por ejemplo, sin un golpe hubiese sido muy difícil sacar a los comunistas del poder en aquel Chile del comunismo allendista, por cierto, tan traidor a su país como el chavismo venezolano, por permitir la ingerencia cubana en todos los asuntos de la vida pública y privada de la gente. Decir eso es tabú, porque si bien es verdad que con la decadencia del régimen militar que desplazó a Allende llegó a florecer de nuevo la democracia en ese país, igualmente es cierto que el cumplimiento de esa misión implicó miles de muertos y desaparecidos, junto a un capitalismo salvaje que consolidó una brecha socioeconómica y espiritual que aún no se ha superado. Y eso sin contar la propia y profunda corrupción del régimen de Pinochet y como consecuencia inmediata de detentar el poder absoluto.

Si a los más sensibles no les agradase este ejemplo, entonces se podría recurrir a los casos de Alemania y Japón, perdedores de la Segunda Guerra Mundial, destrozados materialmente, acostumbrados durante muchos años a un intenso bombardeo propagandístico que envenenó espiritualmente su población, la fanatizó y la cegó al punto de no querer creer realidades como el holocausto judío por parte de los nazis, o las decapitaciones en la invasión del ejército imperial japonés a la China.

Estos países seguramente no habrían podido rehacer sus instituciones, ni obligar a su gente a actuar de determinada forma -mientras se educaba a la siguiente generación con valores democráticos- si la fuerza de una potencia extranjera democrática no hubiese estado presente, porque fueron los norteamericanos, franceses y británicos quienes impusieron la democracia en Alemania, y de hecho nombraron a los primeros gobernantes que iban a encargarse de la reconstrucción; y fue la impuesta constitución de McArthur, quien puso las cosas en su lugar en aquel Japón fanatizado y destruido.

Más aún, mucha sangre y sufrimientos se habría ahorrado la humanidad si se hubiese permitido a Patton llegar hasta el final en la invasión alemana, confinando así a los soviéticos un poco más al Este de Europa, pero EEUU quiso ir por las buenas con Stalin, y el resultado fue nefasto para la mitad de los alemanes y europeos, al tener que aguantar casi medio siglo más ese comunismo que tanto quiso Chávez, y ahora Maduro.

Al fascismo y al comunismo se le desplaza pues con la fuerza, sea de las armas, o de la población, al rebelarse ésta contra un régimen podrido e injusto. Población que a su vez podría estar armada con pistolas o con votos. Y con ello volvemos a lo políticamente correcto, que es el decir que todos debemos trabajar para que la población le quite la confianza al régimen, vote por los candidatos de la oposición, y todos felices… hasta que alguien se encargue de recordarnos que es imposible ganar ninguna votación con estas reglas de juego… porque estamos en una dictablanda, que por no haber necesitado hasta ahora convertirse en dictadura, solo nos ha enseñado los diente de vez en cuando.

Infortunadamente, pareciera ser que la fuerza, sea cual fuere su expresión concreta, es una condición necesaria, más no suficiente para asegurar el éxito. Los casos de Irak y Afganistán así lo prueban, por lo que se debe concluir que la democracia ni es exportable ni es imponible, sino que debe nacer de la propia sociedad doliente de la tiranía, y debe hacerlo directamente, y no mediante un largo y riesgoso rodeo de tutela militar.

Porque irse por las malas implica el riesgo de convertirse en Egipto o Siria, con sus guerras civiles de facto, y el gaseo de mujeres y niños sirios. Porque los dictadores, tropicales o árabes, coreanos o chinos, civiles como Rafael Leonidas Trujillo, militares como Pinochet, desequilibrados mentales como Gaddafi, los Kim, o Idi Amin, son capaces de cualquier cosa para mantenerse en el poder. Si lo dirá Fidel pues…

Los demócratas y pacifistas hacemos una mueca al pensar que hay gente que le da validez a otras opciones, pero hay que comprender que eso es consecuencia de la desesperación y de la falta de perspectiva histórica, y hay que aceptar lo complejo de esta realidad en la que nos ha encajonado el chavismo, por lo que serán muchos los factores que determinarán cual será el camino y los instrumentos.

Pero dentro de esa incertidumbre hay dos cosas muy claras, la primera es que esta pesadilla se acabará algún día, y la segunda que solo con una alternativa liberal Venezuela será capaz de reconstruirse, siempre que ésta, sin embargo, se proponga dos objetivos: cuidar el equilibrio socioeconómico mediante la inteligente intervención estadal, y volver a la descentralización, pero esta vez adoptando alguna variante europea para darle verdadera autonomía a las regiones, como la alemana o la española.

Por ello, sería de gran utilidad que la oposición, en todos sus matices, le cuente al país sus ideas concretas sobre qué hacer con este entuerto, porque no las conocemos en detalle, y porque no es suficiente recitar los objetivos fundacionales de cada organización política sin explicar cómo los aplicarían a cada episodio de ineptitud que se produce a diario.

Que nos lo digan entonces, porque si no lo hacen contribuirán a complicar el camino del cambio, estimulando la posibilidad de que se produzca ese temido rodeo, al darle aire a un relevo autoritario que nos dividiría aún más, y que surgiría con la excusa de que esa carencia de ideas lo obligó a actuar.

Que nos lo digan, y que desarrollen a fondo sus propuestas, para superar así este debate reactivo que el régimen provoca con sus ataques personales para despistar al país sobre su ineptitud y abuso.

Solo así los demócratas podrán adelantarse en tiempo y aceptación general a quienes buscan otras vías.

Hermann Alvino

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