Malhablados


El reciente discurso de Obama, llamado por los norteamericanos «el estado de la unión», y que constituye lo que nosotros llamamos el «mensaje anual» presidencial, dio pie a unos periodistas británicos de The Guardian para comparar los niveles de complejidad idiomática de cada mensaje presidencial desde su inicio en 1790. El estudio se realizó utilizando el método Flesch–Kincaid, que desde hace casi cuarenta años lo utilizan las fuerzas armadas de EEUU para evaluar dicha complejidad. El método consiste en dividir el número total de palabras de un texto entre el de las frases u oraciones, y la cantidad total de sílabas entre la de las palabras, aplicando a ambos resultados ciertos factores numéricos y calculando el resultado final, que constituye así, una suerte de índice del nivel del idioma para el texto analizado, teniendo obviamente una relación inmediata con el nivel de comprensión de quien lee o escucha dichos contenidos.

Los resultados del estudio no dejan lugar a dudas: a lo largo de estos 223 años el nivel del inglés utilizado ha ido disminuyendo alarmantemente, desde el valor inicial de 20.4,  calculado por el discurso de Washington en 1790, pasando por el máximo de 25.15 alcanzado con el mensaje de Madison en 1815, se ha llegado a 8.2 con el discurso de Obama de hace pocos días. El estudio se puede leer en la página web: http://www.guardian.co.uk/world/interactive/2013/feb/12/state-of-the-union-reading-level, y lo relativo a la técnica Flesch–Kincaid se puede leer en: http://en.wikipedia.org/wiki/Flesch%E2%80%93Kincaid_readability_test

Esta disminución de la calidad idiomática tiene varias explicaciones; la primera es la obvia, y es que claramente la educación norteamericana se ha ido preocupando menos del leer, escribir y pensar, para irse centrando más en los aspectos prácticos de un oficio o profesión, arrastrando con esto a generaciones enteras hacia insospechados niveles de ignorancia de su propio idioma, además de una profunda oscuridad en términos de cultura general. Otra explicación la constituye la inmediatez que progresivamente ha ido invadiendo la sociedad desde la invención del telégrafo, pasando por el teléfono, la televisión y luego internet con sus múltiples instrumentos para comunicarse en tiempo real, que ha obligado a utilizar menos palabras, palabras más cortas, y oraciones más simples. La síntesis final es que los componentes de los discursos políticos son como píldoras, poco complicadas en su elaboración, cortos, rápidos, y contentivos de una sola idea, porque la concepción moderna, reforzada también por los asesores en materia de comunicación y publicidad en general, parte del supuesto que la gente no tiene capacidad para retener varias ideas consecutivamente, mucho menos si éstas son complicadas, y muchísimo menos si están expresadas en frases largas y rebuscadas. Con ello el sistema de comunicación conlleva una evolución simplista hacia lo simple y lo elemental, que no significa lo esencial ni mucho menos, en un proceso donde cada generación de políticos, representa un producto social en un escalón más bajo, linguísticamente hablando, de la generación anterior,  que a su vez ya venía de lo mismo con sus antecesores. El resultado está a la vista: la primera potencia planetaria tiene una mayoría ciudadana funcionalmente analfabeta, lo cual prueba que para dominar no hace falta la cultura. Muchos países seguramente han tenido la misma evolución -cuestión que alguien se anime a realizar el mismo estudio para ellos- aunque otros claramente han seguido la dirección opuesta y han progresado paulatinamente hasta tener las mejores camadas de egresados de primaria, secundaria y universitarios en comparación con el resto de países. Ejemplo de ello son los países escandinavos, Japón y Corea del Sur, que siempre sobresalen en cualquier medición en esta materia.

Claro que si se hiciese el estudio en Venezuela pues saldríamos horrorizados, porque no podríamos comenzar con las hordas post-independencia del siglo XIX, con sus jefes que se sucedían para invadir a la capital y convertirse en presidentes, -sería cruel con Vargas o Soublette comenzar por esa época-, como sería imposible iniciar el estudio con Gómez, Lopez Contreras, e incluso Medina. Podríamos en cambio tomar como referencia inicial al maestro Gallegos, y a la generación de congresistas representada por Andrés Eloy, para luego notar el inmenso bache lingüístico que generó el perejimenismo, la remonta en calidad conceptual de Betancourt, que culminó con Caldera I, para luego rodar sin parar hasta el presente, puesto que los contenidos retóricos de LHC, CAP, Lusinchi, CAP II y Caldera II iban degradando progresivamente el idioma y los conceptos, mientras que el ciudadano se adaptaba a ellos sin percatarse, a medida que -por otra parte- se le iba educando y formando cada vez peor. En ese bache lingüístico fue que Chávez hace su entrada retórica, y luego de catorce años no hay forma ya de evaluar nivel alguno, porque al no haber ideas ni contenidos no puede existir un discurso chavista. Basta recordar el simplismo y la ordinariez de los mensajes anuales con que Chávez ha torturado al país, y ahora lo que dicen Maduro, Jaua, Cabello junto a sus ministros y gobernadores, para concluir que todo está ya perdido.

La complejidad idiomática no es enemiga de la claridad, sino al contrario, pero con esta generación de gobernantes malhablados y analfabetas funcionales, el vacío conceptual se ha apoderado de la patria, por ello, muy complicado lo tendrá quien desee desplazarlos del poder, porque si habla como es las grandes mayorías no lo entenderán, y si no lo hace muchos pensarán que representa lo mismo de lo que se desea salir.

Mejor entonces será hablar muy poco, y estar muy cerca de la gente, aunque en estos tiempos nadie muestra estas dos virtudes, simultáneamente.

Hermann Alvino

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